miércoles, 13 de julio de 2016

El capitalismo global a la deriva Alertas rojas: señales de implosión en la economía global

ALAI AMLATINA, 07/07/2016.- Por Jorge Beinstein.- A fines de Mayo, durante la reunión del G7 Shinzo Abe, primer ministro de Japón, anunció la proximidad de una gran crisis global[1], el comentario más difundido por los medios de comunicación fue que se trataba de un alarmismo exagerado reflejo de la difícil situación de la economía japonesa. De todos modos no faltan los que admiten la existencia de peligros pero en general los atribuyen a los desequilibrios financieros de China, a la recesión en Brasil o a las turbulencias europeas. La situación en los Estados Unidos suele merecer comentarios prudentes distantes de cualquier alarmismo. Sin embargo el centro motor de la última gran crisis global (año 2008) fue la explosión de la burbuja inmobiliaria estadounidense, ahora los expertos no perciben allí burbujas en plena expansión a punto de estallar sino todo lo
contrario: actividades financieras, industriales y comerciales estancadas, crecimientos anémicos y otros señales al parecer tranquilizantes que alejan la imagen de algún tipo de euforia descontrolada.

Pero es imposible ignorar la realidad. Los productos financieros derivados constituyen la componente mayoritaria decisiva de la trama especulativa global, solo cinco bancos de los Estados Unidos más el Deutsche Bank han acumulado esos frágiles activos por unos 320 billones (millones de millones) de dólares[2] equivalentes a aproximadamente 4,2 veces el Producto Bruto Mundial (año 2015), eso representa el 65 % de la totalidad de productos financieros derivados del planeta registrados en diciembre de 2015 por el Banco de Basilea. Esa hiper-concentración financiera debería ser una señal de alarma y el panorama se agrava cuando constatamos que dicha masa financiera se está desinflando de manera irresistible: en diciembre de 2013 los derivados globales llegaban a unos 710 billones de dólares, apenas dos años después, en diciembre de 2015 el Banco de Basilea registraba 490 billones de dólares… en solo 24 meses se evaporaron 220 billones de dólares, cifra equivalente a unas 2,8 veces el Producto Bruto Global de 2015.

No se trató de un accidente sino del resultado de la interacción perversa, a nivel mundial, entre la especulación financiera y la llamada economía real. Durante un largo período esta última pudo sostener una desaceleración gradual evitando el derrumbe, gracias a la financierización del sistema que permitió a las grandes empresas, los estados y los consumidores de los países ricos endeudarse y así consumir e invertir. La declinación de la dinámica económica de los capitalismos centrales pudo ser ralentizada (aunque no revertida) no solo con negocios financieros, la entrada de más de 200 millones de obreros industriales chinos mal pagados al mercado mundial permitió abastecer con manufacturas baratas a los países ricos y el derrumbe del bloque soviético brindó a Occidente un nuevo espacio colonial: la Unión Europea se amplió hacia el Este, capitales de Europa y de los Estados Unidos extendieron sus negocios.

Así fue como los Estados Unidos y sus socios-vasallos de la OTAN siguieron adelante con los gastos militares y las guerras, enormes capitales acumulados bloqueados por una demanda que crecía cada vez menos pudieron rentabilizarse comprando papeles de deuda o jugando a la bolsa, grandes bancos y mega especuladores inflaron sus activos con complejas operaciones financieras legales e ilegales. Los neoliberales señalaban que se trataba de un “circulo virtuoso” donde las economías real y financiera crecían apoyándose mutuamente, pero la fiesta se fue agotando mientras se reducían las capacidades de pago de los deudores abrumados por el peso de sus obligaciones.